.

.

martes, 27 de agosto de 2013

Se necesitan 66 días para adquirir un hábito.

Los mismos, a las mismas horas y con los mismos quehaceres. Él me observa con sus ojos perdidos, con una mirada que muestra un alma vacía. Subo las escaleras, de prisa. Ya queda menos, me digo, escondiendo esa doble emoción que todavía no tiene nombre. Pronto no volveremos a cruzarnos. Las personas y los sentimientos vienen y se van, de manera tan aleatoria como la fortuita ocasión de llenar el aire con palabras. La ocasión se gasta, la palabra desvanece y yo, haciendo uso de ambas he de despedirme.

Leo, aun por suerte, a Oliver Sacks, quien dice que algo nunca es mera pérdida o un mero exceso sino que hay siempre una reacción por parte del organismo o individuo afectado para restaurar, reponer, compensar y para preservar su identidad, por muy extraños que puedan ser los medios.

Entonces, me planteo, que esta doble emoción de la que hablo al principio es una reacción propia al aceptar que este momento ya no es más oportunidad y que la mirada de aquel hombre antes de subir a la quinta planta solo permanecerá en mi recuerdo. Mientras, nuestro destino será el de seguir con los hábitos que ya hemos adquirido, porque este encuentro nunca fue rutina y, sin embargo, todavía tengo que habituarme a mirar sin ver, como aquel hombre a subsistir sin nada de lo que vivir. Ahora habrá que compensar los sueños con la realidad.