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miércoles, 10 de junio de 2015

Las mejores vistas

Esos días sin horarios, que nos dejan muchas horas muertas cargadas de silencio y
en cambio,
otras muchas,
de ordenadores rotos, de la foto perfecta, de mirar hacia arriba y solo encontrar la hoja de verbos
que un día copié con el boli bic
y te dejé en la radio,
para que una parte de mi se quedara en aquel lugar que me hizo feliz.

Y cada vez que alzo la cabeza me percato de que al final todo llega para sustituir lo que había antes. Da igual trabajos, personas, casas, situaciones, enfermedades. Todo lo que se pierde deja un espacio que se puede llenar o no.

Primero tú, luego la lista pegada en la pared. Antes un muro ahora una línea, como la que se dibuja con los pies en la arena, pero que nunca se llega a sobrepasar.
Si acaso,
que la borren las olas.

Hay cientos de verbos que nos explican el camino,
nos señalan los errores,
nos añaden lamentos y nos imputan, así lo manifiesto.

Y, mientras, como locos buscamos un futuro que nos han negado,
una habitación a las afueras de Madrid, esa ciudad que nos ve crecer mucho. A veces poco porque nos acongoja con sus aires de grandeza.

Vuelvo a alzar la cabeza y, ahora, la vista, cada vez más independiente, se pierde en su imaginación y me encuentro a mitad de una montaña. Es alta, como los Andes. Pero su cima guarda las mejores vistas:
la libertad.

Igual que cuando las olas alcanzan los hundimientos que hacemos en la arena, y nos liberan de ellos.